Saber consolar es un atributo que, aunque se quiera aprender, no todo el mundo posee.

 

En su análisis, nuestro colaborador no duda en recurrir a un término que, por lo que advierte, no tiene asumido: se trata de la palabra ‘resiliencia’, que se está convirtiendo de uso común y que, aunque poco comprensible, se utiliza para referirse al estado de ánimo de quien supera situaciones penosas.
Decía mi madre una frase que, como ocurre casi siempre con nuestros progenitores, no comprendí en mi temprana edad. La frase era: “A mí un disgusto me cuesta una enfermedad”. No la entendía, además, porque sus contrariedades eran, en comparación con los auténticos dramas, banalidades. Lo entiendo ahora no sólo como protagonista de sucesos personales dramáticos, sino como profesional de la salud que ha tenido permanente contacto con la enfermedad y sus circunstancias.



Como analista clínico siempre me interesé, antes de realizar una extracción de sangre, por el estado anímico del paciente. “¿Tiene temor?. ¿Se marea?” “¿Miedo, yo?. Si por cada pinchazo que me han dado me hubiesen dado un euro sería millonario” Por el contrario: “Tenga usted mucho cuidado que tengo los brazos muy mal y de tanto pinchazo cada vez tengo más miedo” Hay primerizos, excluyo niños porque esa es otra, que en su santa ignorancia van tal cual a que le tomen la muestra de sangre y otros, en cambio, se sientan en el sillón como si fuesen a darle garrote vil.

Una analítica curiosa
Saber consolar es un atributo que, aunque se quiera aprender, no todo el mundo posee.
No me sustraigo de contar, pues me gusta siempre introducir algún concepto que nos haga sonreír, una anécdota ocurrida hace años en mi consulta. Teníamos una paciente que, amén de su mal cuidada diabetes, sufría de un sinfín de problemas entre los que destacaba, aparte de su escasa liquidez económica, un hijo drogadicto enganchado al “caballo” que le pedía dinero constantemente, a ella una viuda de ínfima pensión, a la que pegaba al no podérselo dar o bien le vendía lo poco de valor que tenía en su casa. Cuando apareció el SIDA, la mujer estaba empeñada en que su vástago se hiciese un análisis para confirmar si el hijo lo sufría.
Con una estrategia que sería muy larga de contar y en la que jugó un importante labor mi mujer, enfermera especialista no sólo en enfermería sino en sociabilidad y empatía, palabra también nueva, conseguimos que el toxicómano accediese a que le tomásemos una muestra de sangre para su correspondiente análisis. Cuando el chaval se arremangó, mostró unos antebrazos que eran un auténtico espectáculo gore. Infinidad de puntos necrosados, otros purulentos y quistes a granel. Ninguno de nosotros, tras múltiples tactos y esmeradas visualizaciones, nos veíamos capaces de realizar la extracción. El toxicómano dijo con toda seguridad: “Dame la jeringa a mí”. Nos miramos y accedimos. Se subió un pernil del pantalón, dobló la pierna y se extrajo sangre de una venilla cercana al tobillo. “Toma tío, me dijo, a ver si aprendéis a pinchar bien”. . Con esta larga entradilla, incluida anécdota, quiero manifestar algo tan obvio como que no hay dos seres humanos iguales y hasta me atrevo a asegurar que la idiosincrasia de cada persona es tan distinta como sus huellas dactilares. Por ello saber consolar es un atributo que, aunque se quiera aprender, no todo el mundo posee.
La resiliencia

Dudo mucho, por poner un ejemplo material, que a un zote de mal gusto se le pueda enseñar decoración, aunque hoy día sea hasta una carrera con diplomatura incluída. Actualmente, para darle trabajo a la Real Academia, aparecen, cada dos por tres, palabras que hasta hace poco años, no digo que no existieran, que también, pero que al menos no se usaban. Verbigratia: resiliencia. ¿Y esto que significa, maestro?
La resiliencia es la capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por estos. Actualmente, la resiliencia se aborda desde la psicología positiva, la cual se centra en las capacidades, valores y atributos positivos de los seres humanos, y no en sus debilidades y patologías, como lo hace la psicología tradicional. El concepto de resiliencia es superar algo y salir fortalecido y mejor que antes. Y es aquí donde planteo el debate sobre lo relativo de todo y lo difícil que es definir, de aquí mi admiración por los componentes de la Academia que elaboran el DRAE, puesto que lo general está en contradicción con lo concreto.
Enfermedades y enfermos
Se dice que no hay enfermedades sino enfermos y de ahí que muestre mi desacuerdo con que de una desgracia o sufrimiento se salga siempre fortalecido.
Se dice, y es verdad, que no hay enfermedades sino enfermos y de ahí que muestre mi desacuerdo con que de una desgracia o sufrimiento se salga siempre fortalecido. La entereza, por hablar en castellano clásico, se puede mantener durante los tristes momentos en que acontece el infortunio pero, a la postre, no a todos quede claro, pasa factura. No hay  más que recordar a los ex combatientes estadounidenses en Vietnam que, aún con apoyo psicológico, a su vuelta de los campos de combate siguieron arrastrando problemas mentales insalvables. De ahí que, si la vida es un permanente combate del que algunos sólo conocen derrotas, estos vivan en un continuo valle de lágrimas.
Somos lo que dejamos, nada podemos llevar a un futuro mortal que no conocemos. En un mundo dado al “resultadismo” y en el que el triunfo, sea cual fuere, borra de la memoria los desaciertos del que lo consigue. El iluso que se para a pensar es reo de depresión ya que el “resultado” de la vida es la muerte y ésta, se mire como se mire, es el fracaso final.
Un paciente como ejemplo
Quizás esta colaboración se esté saliendo de mi estilo habitual y del tema sanitario, pero me ha llevado a ello un correo recibido por una antigua paciente que viene a decir: “No sé si se acuerda de mí,soy María López y usted ha sido durante años el analista de cabecera de mi marido y mío. Hace dos años fui operada de un cáncer de garganta que me ha dejado totalmente muda. Mi marido, que usted recordará, me animó mucho y desde los primeros momentos me entendía, aunque no pudiese hablar. Me buscó un terapeuta para que me enseñase a silabear tomando aire del estómago y, cuando estaba empezando a ver la vida con cierto optimismo, falleció de repente de un infarto masivo. Sería, pienso yo, de lo mucho que sufrió con lo mío. Como vulgarmente se dice las desgracias no vienen solas: comencé a perder visión y el diagnóstico fue fulminante: degeneración de las máculas (creo que se dice así) con lo que me he quedado prácticamente ciega. No tengo hijos, como usted sabe y se lo digo porque usted nos decía a Vicente y a mí que éramos una pareja de las que no se estilan. Siempre juntos a todas partes y, según su opinión, eso era debido a no tenerlos. Recuerdo que usted tenía un recién nacido muy llorón que, según me comentaba, le producía muchas discusiones con su inolvidable esposa. ¡Que daría yo por haber tenido que aguantar muchas malas noches con tal de no encontrarme sola como estoy ahora! No puedo leer, ni siquiera sus artículos desde que empezó a escribir en la prensa hace muchos años; artículos que me encantaban por su permanente humor. No puedo ver la televisión. No puedo hablar y ni mis amistades me entienden. Sólo un poco con mi animosa asistenta que es un sol. Don Pedro, termino, pero no dejo de pensar en lo mucho que hablábamos sobre la muerte. ¿Cómo es posible que la buena gente acepte que a su animal de compañía, ante una situación irreversible, le sea aplicada una inyección que acabe con su vida y yo tenga que soportar que me animen con el solo argumento de que tenga entereza?.”
Cuando le ha contestado no me he atrevido a nombrarle la resiliencia.

Pedro Caballero-Infante

Especialista en Análisis Clínicos caballeroinf@hotmail.es Twitter: @caballeroinf
http://www.actasanitaria.com/tiene-cura-el-sufrimiento/

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